Aunque nadie lo crea, las flores tienen, efectivamente, un lenguaje maravilloso

Rescatamos un texto publicado en 1953, que nos habla de los significados, que por tradición, tenían las flores.


Hasta hace un cuarto de siglo las flores tenían un lenguaje. Un lenguaje cursi, elemental, trasegado por el romanticismo. Según la flor que se llevaba, así era el sentimiento de la mujer hacia el hombre o del hombre hacia la mujer. Este lenguaje de las flores llegó a vulgarizarse de tal suerte, que no había muchacha que no se lo supiera de memoria, ni tenorio de barrio que no especulara sabiamente con sus recursos amorosos. Pero a lo romántico sucedió lo deportivo. El vértigo del récord se posicionó en todo el mundo. Y muy pronto fueron tachadas por las urgencias de la moda las palabras que antes fluían como otro perfume de los cándidos pétalos.

¿Quién recuerda ahora el lenguaje de las flores? Nadie, probablemente. El último lenguaje mudo que nos quedaba era el del cine, y a éste también se lo tragó la máquina. El de las flores murió entre cuatro flexiones musculares o dos vueltas de volante. Y ahora está dormido para siempre en sabe Dios qué delicado rincón del tiempo.

No se crea, sin embargo, que el significado que el vulgo atribuía a cada flor era producto de la imaginación popular o de algún aprovechado editor de librillos para colegiales. No. Por uno de esos fenómenos inexplicables, pero frecuentes en casi todo lo que arraiga en el corazón del pueblo, cada flor mantenía intacta su tradición secular en las palabras que quitaban el sueño a las novias o que apresuraban el pulso de los adolescentes. De ahí que, indirectamente, el lenguaje de las flores fuera, en cierta forma, didáctico. Y de ahí a que se le deba recordar en serio cuando, tras hojear un viejo álbum de familia o sentirse arrebatado por el perfume de un amor juvenil, acuda a la memoria la visión de las flores extintas.

La religión, el arte y hasta la política han tenido siempre mucho que ver con las flores. En mayo, que en Europa equivale al noviembre de nuestra tierra, es el mes de la Virgen porque es el mes de las flores. Santa Rosa de Lima, Patrona de América, no se llamaba en realidad, Rosa, sino Isabel, pero era tan delicada y bella, que se la comparaba con la reina de las flores y con su nombre quedó para siempre en el santoral. De esta reina de las flores -la rosa- afirma San Basilio que carecía de espinas antes del pecado original. Los más grandes poetas de la antigüedad, empezando por Homero y Virgilio, ensalzaron a las flores, y especialmente a la rosa. 


Existe una antología en dos gruesos volúmenes, compilada por don Juan Pérez de Guzmán, e íntegramente dedicada a la rosa. Esta obra abarca del siglo XVI al siflo XIX, y en ella figuran los más grandes poetas españoles y americanos de ese tiempo. Bastará con recordar los Luises de Francia y la guerra de la rosa blanca contra la rosa encarnada, que conmovió a la casa de York y de Lancaster, en Inglaterra, para comprender la importancia de las flores en la política. Y bien; todo esto es poco si queremos significar con ello la razón de ser del lenguaje que nos ocupa. Pero nos quedan los ejemplos de ese mismo lenguaje, y a ellos nos remitimos.  Formaremos una especie de abecedario con flores tomadas al azar y trataremos de explicar los recónditos motivos que las convirtieron en palabras, allá para los tiempos de las trenzas y las horquillas, de las blondas leves y de las crujientes enaguas.

Flor de parcha o pasionaria: misticismo.

Refiere la anécdota que la célebre escritora madame Stael conoció un día a un joven de arrogante presencia, pero cuya conversación era en extremo vacua. Poco después, en rueda de amigos, la ingeniosa mujer comparaba al joven con un geranio.

-¿Con un geranio? -la interrogaron-. ¿Y por qué?

Y ella contestó:

-Porque está magníficamente vestido de rojo, pero su olor no es nada amable.

Heliotropo: te amo.

La flor del heliotropo sigue la luz del sol, de la que parece pender amorosamente. De ahí su nombre “helios”, sol y “tropos”, girar. La descubrió en nuestra cordillera de los Andes del botánico Jussieu, y no bien llegó a Europa hizo furor entre las damas que dieron en llamarla “flor de amor”.

Iris: buenas noticias.

La antigüedad tuvo al iris como símbolo de la elocuencia y de la buena nueva. Llegó a adorársela en las celebraciones religiosas, y solo podía ser cultivado por las vestales y los augures. Su perfume atraía la benevolencia de los dioses y suavizaba las relaciones de los oráculos. Por todo esto, es muy bueno verla en manos del ser amado.

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